jueves, 8 de octubre de 2009

Little immoralistic message

HB 147 [Carta a Shirley Abbott 17.03.56]
Nothing is more repulsive to me than the idea of myself setting up a little universe of my own choosing and propounding a little immoralistic message. I write with a solid belief in all the Christian dogmas. I find that this in no way limits my freedom as a writer and that it increases rather than decreases my vision. It is popular to believe that in order to see clearly one must believe nothing. This may work well enough if you are observing cells under a microscope. It will not work if you are writing fiction. For the fiction writer, to believe nothing is to see nothing.
No se me ocurre nada más repulsivo para mí que la idea de verme a mí misma crear un pequeño universo a mi gusto y proponer un mensajito inmoralista. Yo escribo con una creencia firme en todos los dogmas cristianos. Encuentro que eso no limita en absoluto mi libertad como escritora, y que más bien aumenta -más que disminuir- mi capacidad de observación [=vision]. Está de moda creer que para poder observar [=to see], uno no debe creer en nada. Eso puede funcionar más o menos si estás observando [=observing] células en un microscopio. No va a funcionar si estás escribiendo ficción. Para el escritor de ficción no creer nada es no ver [=to see] nada.

4 comentarios:

Verónica dijo...

¡Me ha parecido genial este comentario de Flannery! ¡Qué manera tan brillante de expresar lo que es el "realismo" metafísico! Creo que lo ella entiende por visión, se refiere al proceso de descubrimiento, de desvelamiento paulatino, que el verdadero conocimiento trae consigo.

Esta reflexión de Flannery me ha traído a la cabeza un texto de Etienne Gilson, el filósofo tomista francés, especialista en la filosofía de la Edad Media, titulado "El realismo metódico". En él, se inserta un último capítulo: "Vademécum del realista principiante", que recoge, con otras palabras este mismo pensamiento. En el nº 23 de este capítulo, que me parece que resume muy bien su contenido, se lee lo siguiente:

"Decir que todo conocimiento es la captación de la cosa tal como ésta es, no significa, en absoluto, que el entendimiento capte infaliblemente la cosa tal como ésta es, sino que únicamente cuando así lo hace existe el conocimiento. Esto significa todavía menos que el entendimiento agote en un solo acto el contenido de su objeto. Lo que el conocimiento capta en el objeto es real, pero lo real es inagotable y, aun cuando el entendimiento llegara a discernir todos sus detalles, todavía chocaría con el misterio de su existencia misma. El que cree captar infaliblemente y de una sola vez todo lo real es el idealista Descartes; el realista Pascal sabe muy bien cuán ingenua es esta pretensión de los filósofos: "Comprender los principios de la cosa y, partiendo de ellos, llegar a conocerlo todo, con una presunción tan infinita como el objeto que se proponen". La virtud propia del realista es la modestia en el conocimiento y, si no siempre la practica, por lo menos está obligado a practicarla por la doctrina que profesa".

Me encanta también cuando Flannery manifiesta sin ambages que abraza íntegramente los dogmas del catolicismo, y que eso no limita su libertad, sino que, antes al contrario, le abre los ojos a la realidad. Perdóname la pedantería de dos citas en la misma entrada, pero es también genial esta observación del entonces Card. Ratzinger, en "Informe sobre la fe", cuando a la pregunta de Vittorio Messoria de si advierte "señales de peligro" en la Iglesia, responde magníficamente: "En esta visión subjetiva de la teología (se refiere a la concepción individualista de la teología que acaba de explicar), el dogma es considerado con frecuencia como una jaula intolerable, un atentado a la libertad del investigador. Se ha perdido de vista el hecho de que la definición dogmática es un servicio a la verdad, un don ofrecido a los creyentes por la autoridad querida por Dios. Los dogmas no son murallas que nos impiden ver, sino, muy al contrario, ventanas abiertas al infinito".

La clave está en la humildad del creador para abrirse a la presencia de Dios que hay en todo lo creado, y que hace nuevas (y buenas) todas las cosas, y que éstas, en definitiva, sean. Lo estupendo de Flannery es que, no sólo es una escritora genial, sino que además, su condición de católica, y su exquisita formación intelectual, le permiten explicar así de claro su labor creadora. También, quizá, esto explica su genialidad, o es que no se pueden separar en ella una cosa de la otra.

Ángel Ruiz dijo...

Verónica, traes muy a propósito a Gilson: de hecho cada vez se le está prestando más atención en relación con Flannery. A ella le gustaba mucho Maritain, pero también leía a Gilson y eso hay que tenerlo en cuenta más. Yo cada vez veo más en ella de Guardini (referente de Ratzinger por otra parte).
Y creo que te dije que lo de que ella leía a santo Tomás todos los días un poco podía ser una exageración, según no sé quién, pero ahora que estoy releyendo las cartas -y ahora en el original- veo que era una tontada: ella cita varias veces a santo Tomás sobre puntos concretos, no como si fuera de la familia, pero sí mostrando que lo conoce (quizá también por medio de Maritain / Gilson, claro).
Y al final, los grandes acaban todos relacionados: son cuatro, pero lo cambian todo: Bloy,un tío al que todos consideran un sujeto peligroso y un poco loco, contribuye a que Jacques Maritain y Raïssa se conviertan. En USA los Maritain influyen en Flannery, que por lo demás dice que ha leído todo lo que ha podido de Bloy. Ella lee también a Guardini con fruición.
Y tremenda la dificultad de conocer la realidad, pero ahí es donde está el artista, peleándose con ella (pero si es como Flannery, no a ciegas: que sabe por dónde se mueve).

Verónica dijo...

Muy ciertas tus atinadas observaciones. Creo que hay que leer cada vez menos en extensión, pero centrarse en esos "cuatro grandes" que mencionas, y que lo cambian todo. Siempre se vuelve sobre los mismos, y es que, en el fondo, todo está ya presente en ellos.

Muy buena tu observación de "pelearse con la realidad"; me ha gustado mucho, refleja muy bien la lucha -en ocasiones titánica- de lo que debe ser el proceso creador.

También Josef Pieper (otro de los grandes, grandes) tiene un ensayo buenísimo sobre el tema que comentamos en "El ocio y la vida intelectual", titulado "Felicidad y contemplación". Algunas de sus afirmaciones son pequeños bocados, que piden "cómeme" (o sea, que hay que leerse el ensayo, que es una joyita, entero):

"Theoria designa adhesión a la realidad puramente receptiva, enteramente independiente de todo propósito "práctico" de la vida activa. Puede designarse esta adhesión como "desinteresada"; si con ello no se excluye otra cosa que aquella intención dirigida a utilidades y conveniencias (...). Theoria y contemplatio apuntan -sin duda exclusivamente- con toda su energía a que la realidad percibida se haga evidente y clara, que se muestre y revele; tienden a la verdad y a nada más. Este es un primer elemento del concepto "contemplación": silenciosa percepción de la realidad. Un segundo elemento es el siguiente: contemplación es un no conocer pensante, sino mirante. No corresponde a la ratio, a la felicidad del pensar silogístico y demostrativo, sino al intellectus, a la potencia de la simple mirada".

Creo que esa mirada contemplativa, intelectual, en el sentido empleado por Pieper, la tenía Flannery tremendamente educada. Con esto creo que nos aproximamos a la "vision" anglosajona, o al menos, podemos intuir algo de lo que ella quería decir.

Ángel Ruiz dijo...

Ahora me estoy leyendo un libro de Pieper, El amor: me está gustando, aunque a veces parece como que se pierde, pero va dejando perlas mientras tanto. Me estoy apuntando cosas: ya las comentaré.